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EL TESORO PERDIDO

Madrid, 1962. La ciudad estaba envuelta en una densa niebla, como si intentara ocultar sus secretos. En la Plaza Mayor, un hombre yacía inmóvil en el suelo empedrado. Su nombre era Carlos, un comerciante de antigüedades conocido por todos en el barrio. El inspector Ramírez, un hombre de mediana edad con una mirada aguda, fue el primero en llegar a la escena. Observó el cuerpo y notó algo extraño en la mano del difunto. Era un objeto pequeño y brillante, una moneda antigua de oro. Ramírez sabía que Carlos no era un hombre rico. ¿De dónde había sacado una moneda de oro? Y más importante aún, ¿tenía algo que ver con su muerte? La investigación llevó a Ramírez a través de las calles estrechas y sombrías de Madrid, desde las tabernas ruidosas hasta las mansiones silenciosas de los ricos. Descubrió que Carlos había estado involucrado en algo mucho más peligroso de lo que nadie podría haber imaginado. 

La moneda era la clave de un tesoro perdido, un secreto que había costado la vida a Carlos. Pero Ramírez estaba decidido a resolver el misterio, sin importar lo que costara. En la España de los años sesenta, donde las sombras del pasado aún se cernían sobre el presente, Ramírez se encontró atrapado en una red de mentiras, codicia y traición. Pero no se detendría hasta que se hiciera justicia.

Ramírez comenzó a indagar más sobre la moneda de oro. Descubrió que pertenecía a una antigua colección de monedas de la época romana, que se creía perdida durante la Guerra Civil Española. Carlos debió haberla encontrado o alguien se la entregó. Pero, ¿quién? Mientras tanto, la noticia de la muerte de Carlos se había extendido por todo Madrid. La gente murmuraba en las tabernas y en los mercados. Algunos decían que Carlos se lo merecía, que había estado jugando con fuego. Otros lamentaban su muerte, recordando al amable comerciante que siempre tenía una sonrisa para todos. Ramírez visitó la tienda de antigüedades de Carlos, un pequeño local en el corazón del barrio de La Latina. Allí encontró un diario oculto en un compartimento secreto debajo del mostrador. Las páginas estaban llenas de notas sobre diferentes antigüedades, pero una entrada en particular llamó su atención. Hablaba de la moneda de oro y mencionaba a un hombre llamado "El Fantasma". "El Fantasma" era un nombre que Ramírez había oído antes. 

Era un misterioso coleccionista de antigüedades, conocido por su obsesión con los tesoros perdidos de la Guerra Civil. Nadie sabía su verdadero nombre o dónde vivía. Era como un fantasma, apareciendo y desapareciendo a su antojo. Ramírez sabía que tenía que encontrar a "El Fantasma". Era la única forma de descubrir la verdad detrás de la muerte de Carlos. Pero no sería fácil. "El Fantasma" era escurridizo y peligroso. Y Ramírez sabía que estaba entrando en un laberinto de mentiras del que podría no salir. Pero no tenía otra opción. Tenía que hacerlo, por Carlos, y por la justicia.

Ramírez comenzó su búsqueda de "El Fantasma". Pasó días y noches recorriendo las calles de Madrid, hablando con comerciantes de antigüedades, coleccionistas y cualquier persona que pudiera tener información. Pero "El Fantasma" era como una sombra, siempre un paso por delante de él.
 

Un día, mientras Ramírez estaba en una taberna en el barrio de Malasaña, un hombre se le acercó. Era delgado y de aspecto nervioso, con ojos que miraban constantemente a su alrededor. Dijo que sabía dónde encontrar a "El Fantasma", pero tenía miedo de hablar en público. Acordaron encontrarse en un lugar seguro al día siguiente. Ramírez llegó al lugar acordado, un antiguo almacén en las afueras de la ciudad. El hombre estaba allí, temblando de miedo. Le contó a Ramírez que "El Fantasma" era un hombre peligroso, que no se detendría ante nada para conseguir lo que quería. También le dio a Ramírez una dirección. Con la dirección en mano, Ramírez se dirigió al lugar. Era una mansión antigua y decrépita en un barrio olvidado de Madrid. Con cada paso que daba, podía sentir el peso de la historia y el peligro que se cernía sobre él. Al entrar en la mansión, Ramírez se encontró con una sorpresa. "El Fantasma" no era un hombre, sino una mujer. Su nombre era Clara, una coleccionista de antigüedades que había estado buscando el tesoro perdido de la Guerra Civil durante años. Clara admitió que le había desaparecido una moneda de oro de su colección, pero que no conocía a Carlos y lamentaba su muerte.

Juntos, Ramírez y Clara decidieron resolver el misterio de la muerte de Carlos y encontrar el tesoro perdido. No sabían lo que les esperaba, pero estaban decididos a enfrentarlo, sin importar lo que costara.

Ramírez y Clara pasaron días y noches investigando, siguiendo pistas y descifrando códigos antiguos. Finalmente, su búsqueda los llevó a un antiguo monasterio en las montañas de Sierra de Guadarrama. En las profundidades del monasterio, descubrieron una cámara secreta. Dentro de la cámara, encontraron el tesoro perdido: una colección de artefactos de la época romana, incalculablemente valiosos. Pero también descubrieron algo más. En la cámara había una nota, escrita por Carlos antes de su muerte. En la nota, Carlos confesaba que había robado la moneda de oro de la colección de Clara. Había planeado venderla para saldar sus deudas. Pero cuando se dio cuenta del verdadero valor de la moneda, decidió devolverla. Desafortunadamente, alguien descubrió su secreto y lo mató para conseguir la moneda. Con el misterio resuelto, Ramírez y Clara informaron a la policía sobre el tesoro y la nota de Carlos. El asesino de Carlos nunca fue descubierto a pesar de los esfuerzos que se hicieron. Clara decidió donar el tesoro al Museo Arqueológico Nacional, para que todos pudieran apreciar la rica historia de España. Ramírez, por su parte, volvió a su trabajo en la policía, sabiendo que había hecho lo correcto. La muerte de Carlos fue una tragedia, pero su historia sirvió como un recordatorio de que la verdad siempre sale a la luz, sin importar cuán profundo esté enterrada.

                                                                                                                Por Fran Marquez
 


 

AMOR EN LA ERA DEL JAZZ

En el corazón de Londres, durante los rugientes años veinte, vivía un hombre llamado Edward. Edward era un joven escritor ambicioso, conocido por sus cautivadoras novelas. Vivía en un pequeño apartamento con vistas a las bulliciosas calles de Londres.
Un día, mientras Edward estaba en un club de jazz local, notó a una mujer. Su nombre era Victoria, una cantante de jazz hermosa y talentosa que recientemente se había mudado a Londres desde el campo. La voz de Victoria era encantadora, y Edward se sintió atraído por ella de inmediato. Edward y Victoria comenzaron a pasar más tiempo juntos. Paseaban por los parques, compartían cenas íntimas y bailaban al ritmo del jazz hasta altas horas de la noche. A medida que pasaba el tiempo, su amistad se convirtió en algo más. Se enamoraron.

Edward y Victoria tuvieron que superar varios obstáculos para estar juntos:
Victoria provenía de una familia adinerada del campo, mientras que Edward era un escritor que con mucho esfuerzo había logrado hacerse un hueco como escritor. Esta diferencia de clases creó tensiones y malentendidos entre ellos, pues mientras que ella lo tuvo todo sin saber el significado de lograr las cosas por uno mismo, él había sufrido muchas necesidades sin ningún apoyo de nadie para llegar donde había llegado. Además, la diferencia en poder adquisitivo era notable entre ambos.

En la Inglaterra de los años 1920, había normas sociales estrictas sobre quién podía casarse con quién. La relación entre Edward y Victoria fue mal vista por muchos, incluyendo a algunos de sus amigos y familiares.

Ambos tuvieron que enfrentarse a sus propios miedos e inseguridades. Edward luchaba con la presión de su carrera como escritor, mientras que Victoria tenía que lidiar con la soledad y el aislamiento de vivir en una gran ciudad lejos de su hogar.

Victoria y Edward vivían en diferentes partes de la ciudad y no siempre podían verse con frecuencia. Esto puso a prueba su relación en varias ocasiones.

A pesar de estos desafíos, Edward y Victoria estaban decididos a estar juntos. Su amor era fuerte y resistió todas las pruebas que se les presentaron.

Y así, en la bulliciosa ciudad de Londres, en la era del jazz, Edward y Victoria encontraron el amor. Su historia es un recordatorio de que, sin importar la época o el lugar, el amor siempre encuentra su camino.
                                             

                                                                                                         Por Fran Marquez
 


 

 



 

Un Padre Lejano

Un Relato de Amor, Pérdida y Esperanza

Kevin y Anna se conocieron en la universidad. Eran jóvenes, llenos de sueños y esperanzas. Se enamoraron y decidieron construir una vida juntos. 

Tuvieron dos hijos, Oliver y Emily, que se convirtieron en el centro de su universo. Pero con el tiempo, las cosas empezaron a cambiar. Las diferencias que antes parecían insignificantes comenzaron a crecer. Las discusiones se volvieron más frecuentes y más intensas. Finalmente, después de muchos años juntos, decidieron que era mejor separarse.

Anna, herida y enojada por la ruptura, decidió mudarse a otra ciudad con los niños. Kevin, desesperado por mantenerse en contacto con sus hijos, intentó luchar por su derecho a verlos. Pero las circunstancias eran complicadas y la distancia se convirtió en un obstáculo insuperable.

Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses, y Kevin se encontró atrapado en un mundo sin sus hijos. Cada día era una lucha, un recordatorio constante de lo que había perdido. Pero a pesar de la tristeza y la desesperación, Kevin nunca dejó de amar a sus hijos. 

Escribía cartas, enviaba regalos, hacía todo lo posible para mantenerse presente en sus vidas, incluso desde lejos. Y aunque la separación fue dolorosa, Kevin nunca dejó que eso afectara la imagen que sus hijos tenían de él. Siempre les hablaba con amor y respeto sobre su madre, y les aseguraba que, a pesar de las circunstancias, ambos padres los amaban.

Con el tiempo, Kevin esperaba que las cosas cambiaran, que las heridas sanaran y que pudiera volver a ser parte de la vida de sus hijos. Pero hasta entonces, se aferraba a la esperanza y al amor que sentía por Oliver y Emily, porque sabía que, a pesar de todo, siempre serían su familia.

Kevin  comenzó a asistir a grupos de apoyo para padres separados, buscando consuelo y comprensión en las experiencias compartidas. También se volvió más activo en su comunidad, participando en eventos locales y haciendo trabajo voluntario. Aunque nada podía llenar completamente el vacío que dejaron sus hijos, estas actividades le dieron un propósito y le ayudaron a sobrellevar el dolor.

Mientras tanto, Oliver y Emily también luchaban con la separación. Aunque eran jóvenes, podían sentir la ausencia de su padre. Las cartas y los regalos de Carlos eran un consuelo, pero no podían reemplazar su presencia física. 

Sin embargo, a pesar de la distancia, el amor de Kevin por sus hijos nunca flaqueó. La historia de Kevin es de lucha y de esperanza por ver crecer a sus hijos. 

Aunque la separación fue dolorosa, nunca dejó que eso definiera su relación con sus hijos. A través de su perseverancia y su amor inquebrantable, Kevin demostró que, a pesar de las circunstancias, el amor de un padre por sus hijos nunca muere.

                                                                   Por Adelbert

Cena De Nochebuena En Familia

Relato Corto

Era una noche de invierno, la nieve caía suavemente sobre el tejado de la casa. Dentro, el calor del hogar se mezclaba con el aroma de la cena de Nochebuena que se cocinaba en la cocina. La familia se había reunido alrededor del árbol de Navidad, un majestuoso pino adornado con luces de colores y adornos brillantes. 

Los niños, con los ojos brillantes de emoción, se turnaban para colocar los últimos adornos en el árbol. La abuela, sentada en su sillón favorito, observaba con una sonrisa mientras tejía una bufanda de lana. El abuelo, con su vieja pipa en la mano, contaba historias de las navidades pasadas.

La cena estaba casi lista. El aroma del pavo asado llenaba la casa, haciendo que todos se relamieran los labios con anticipación. La mesa estaba puesta con la mejor vajilla y cubiertos, esperando la deliciosa comida.

Finalmente, llegó el momento de la cena. Todos se sentaron alrededor de la mesa, uniendo sus manos en un momento de gratitud antes de comenzar a comer. Las risas y las conversaciones llenaban la habitación, creando recuerdos que durarían toda la vida.

La noche de invierno continuó fuera, pero dentro de la casa, el calor de la familia y el espíritu de la Navidad prevalecían. Y así, en medio de la nieve y el invierno, la familia disfrutó de su cena de Nochebuena bajo el resplandor del árbol adornado.

                                                                                             Por Fran Marquez


 

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